En la niñez, nos maravillábamos de esas películas antiguas que nos hacían
emocionar y desear ser como el héroe vengador. Guillermo Tell, Ivanhoe, Robin
Hood y cuanto caballero andante aparecía, era suficiente para identificarnos
con ellos, los paladines de la justicia y el valor. Los castillos medievales,
las espadas refulgentes y el duelo, parecían ser tan reales que “moríamos” como
ellos imitándolos al más puro estilo de la época.
Pero cuando
crecemos, esos castillos y fortalezas, armaduras y caballos, van quedando en el
olvido para darnos cuenta que ya la vida no es como creíamos sino una verdadera
lucha con verdaderos monstruos y dragones. Resulta que ahora ya la fantasía se
vuelve realidad y entendemos que ahora sí que tenemos la verdadera necesidad de
tener un escudo, nuestra espada y un castillo verdadero en los encuentros de nuestra
existencia. Leí alguna vez sobre Martín Lutero referente a la composición o
arreglo de un viejísimo himno que aún se canta y no necesariamente en las
confesiones reformadas. “Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen
escudo...” El que lo escucha parece retroceder en el tiempo simplemente por la
música que nos da ese sabor del siglo XVI. Pero más profunda y significativa es
la letra porque ella expresa a un Dios Todopoderoso y Suficiente para
defendernos y ayudarnos a luchar. La idea de
un castillo fuerte, inexpugnable, que no puede ser vencido, nos llena el
corazón de gozo y nos da la seguridad que tenemos ya una victoria final sobre
el dragón ya vencido de antemano por nuestro Señor en la cruz del Calvario. A
eso agreguemos el amor que lo hace más sublime, a la misericordia, que lo pinta
de cuerpo entero y a la esperanza de verlo, que será siempre una realidad.
Este castillo real es Jesucristo, vive hoy y espera hacer en nosotros un paladín verdadero, un paladín valiente, que glorifique su nombre. A Él sea la gloria.
Pr. Roque Puell López Lavalle
Escuchemos: https://www.youtube.com/watch?v=42vu9kpup0M