Por Robert Deffinbaugh
Traducido por
Juanita Contesse G.
Introducción
«Todos en mi familia están convencidos que Dios
condujo a un collie llamado Levi a nuestra puerta. Su nombre estaba grabado en el rótulo que colgaba
alrededor de su cuello, cuando llegó.
¿Pueden imaginarse a un perro llamado Levi encontrad en la casa de los
Strauss? Nuestro hijo menor había estado
orando por un perro por cerca de tres años; pero le habíamos indicado algunos
requerimientos muy estrictos. Tenía que
ser un perro bien estrenado. Tenía que
ser gentil, aseado, dócil por cuanto tenía que vivir en el hogar de un pastor
en el cual entraban regularmente muchos visitantes.
Cuando mi esposa devolvió al perro a su dueño, cuya
dirección también estaba grabada en el rótulo, le dijo: “Si alguna vez desean
deshacerse del perro, por favor háganmelo saber”. La sorprendente respuesta fue: “La verdad es
que sí quiero hacerlo. Estoy buscando un
buen hogar para él en estos momentos”.
Mi esposa le dijo que si nos permitía pensarlo por esa noche. Para nuestro deleite, Levi abandonó su casa y
encontró el camino a la nuestra a la mañana siguiente. Esta vez decidimos que se podía quedar. Cuando el dueño nos trajo sus papeles,
supimos que Levi había sido concebido más o menos en el mismo tiempo que
nuestro hijo había comenzado a orar por un perro; había nacido el mismo día del
cumpleaños de mi esposa y que era un graduado con honores en la escuela de
obediencia. Nunca nadie nos convencería
que la llegada de Levi no fue otra cosa que la obra de gracia de nuestro Dios
soberano. Además, cumplía con todo el
resto de los requerimientos» [1]
Virtualmente, todos los cristianos dan por lo menos
un consentimiento oral a la soberanía de Dios.
Existen demasiados textos que nos enseñan esta verdad, como para
negarla:
“Jehová estableció en los cielos su trono, y su
reino domina sobre todos” (Salmo
103:19).
“Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso
ha hecho” (Salmo 115:3).
“Porque yo sé que Jehová es grande, y el Señor
nuestro, mayor que todos los dioses.
Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los
mares y en todos los abismos” (Salmo
135:5-6).
El significado de la soberanía, puede resumirse
así: Ser soberano es poseer un poder y una autoridad suprema de manera que se
está en completo control y puede hacer lo que se quiera.
En libros que tratan los atributos de Dios, podemos
encontrar un número similar de definiciones de la soberanía:
«Los diccionarios nos dicen que soberanía significa
lo principal o lo más alto, supremo en poder, superior en posición,
independiente e ilimitado por nadie» [2]
«Aún más, Su soberanía requiere que Él sea
absolutamente libre, lo que simplemente significa que Él debe ser libre para
hacer lo que quiera, en cualquier lugar y en cualquier tiempo, para el
desarrollo de Su propósito eterno en cada ínfimo detalle sin ninguna
interferencia. Si Él fuera menos que
libre, Él sería menos que soberano.
Tomando la idea de una libertad no calificada, ésta
requiere un esfuerzo vigoroso de la mente.
No estamos sicológicamente en condiciones de comprender la libertad,
excepto en una forma imperfecta. El
concepto que tenemos de ella, ha sido formado en un mundo donde no existe la
libertad absoluta. Aquí, cada uno de los
objetos naturales es dependiente de muchos otros y esa dependencia limita su
libertad» [3]
«Se dice que Dios es absolutamente libre porque
nadie ni nada puede ser un obstáculo para Él u obligarlo a hacer algo, o a
detenerlo. Él es capaz de hacer lo que
le plazca siempre, en cualquier lugar y para siempre. Ser así de libre, también significa que Él
debe tener una autoridad universal. Por
las Escrituras sabemos que Él tiene un poder ilimitado y podemos deducirlo de
otros de Sus atributos» [4]
«Sujeto a nada, sin influencias de nadie,
absolutamente independiente; Dios hace lo que le place, sólo de la manera en
que Él desea y siempre como Él quiere.
Nadie puede contrariarlo u obstaculizarlo. De manera que Su propia Palabra lo declara
expresamente: “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isaías 46:10b). “...y él hace según su voluntad en el
ejército del cielo, y en los habitantes
de la tierra, y no hay quien detenga su mano...” (Daniel 4:35b). La soberanía divina significa que Dios es un
Dios de hecho, al igual que en Su nombre, Él está en el Trono del universo,
dirigiendo todas las cosas, obrando en todas las cosas, “...según el designio
de su voluntad” (Efesios 1:11b)» [5]
«La supremacía de Dios en las obras de Sus manos,
se representa vívidamente en las Escrituras.
Los asuntos inanimados, las criaturas irracionales, todo se desarrolla
al mandato del Hacedor. A Su placer, el
Mar Rojo se dividió y sus paredes se levantaron como paredes (Éxodo 14); y la
tierra abrió su boca y cayeron dentro rebeldes culpables (Números 14). Cuando Él lo ordenó, el sol se detuvo (Josué
10); y en otra ocasión hizo regresar la sombra diez grados en el reloj de
Acaz. Para ejemplificar Su supremacía,
él hizo que los cuervos le llevaran alimento a Elías (1 Reyes 17), hierro que
flotó sobre las aguas (2 Reyes 6:5); leones que no abrieron sus fauces cuando
Daniel fue echado en el foso; fuego que no quemaba cuando los tres hebreos
fueron arrojados a las llamas. Es así
que, “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los
mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6)» [6]
En un mundo mal dispuesto a reconocer la existencia
de Dios, no debiéramos esperar que los incrédulos abracen la doctrina de la
soberanía de Dios:
«El ‘dios’ del siglo veinte, no se parece más a la
Soberanía Suprema de las Sagradas Escrituras que la llama desfalleciente de una
vela, frente al sol del mediodía. El
‘dios’ del cual se habla en estos días en la media de nuestros púlpitos, del
que se habla en las Escuelas Dominicales, del que se menciona en la mayoría de
la literatura de este tiempo y del que se predica en la mayoría de las llamadas
Conferencias Bíblicas, es una invención de la imaginación humana, una invención
de un sentimentalismo excesivo... Un
‘dios’ cuya voluntad es resistida, cuyos designios son frustrados, cuyo
propósito es puesto en jaque y que no posee un título de Deidad y tan lejos de
ser el objeto apropiado de adoración, nada de méritos sino sólo desacatos» [7]
En una iglesia, podríamos esperar que el cristiano
abrace la doctrina de la soberanía de Dios, tanto por ser una doctrina bíblica
como una verdad. Esto puede observarse
en teoría; pero no en la práctica.
Nuestros problemas con la soberanía de Dios, a menudo llegan cuando ‘la
rueda se encuentra con el pavimento’.
«Dios es verdadera y perfectamente soberano. Esto significa que Él es lo más alto y lo más
grande que existe. Él controla todo, Su
voluntad es absoluta y hace todo lo que desea.
Cuando oímos estas afirmaciones, las podemos comprender razonablemente
bien y por lo general las podemos manejar hasta que Dios permite que nos suceda
algo que no nos gusta. Entonces nuestra
reacción normal es resistir la doctrina de Su soberanía. Más que encontrar consuelo en ello, nos
enojamos con Dios. Si Él puede hacer
todo lo que desea, ¿por qué permite que suframos? Nuestro problema es una incomprensión de la
doctrina y un conocimiento inadecuado de Dios» [8]
Es de vital importancia para todo cristiano
comprender la doctrina de la soberanía de Dios.
He decidido considerar este tema, en dos lecciones. La primera, considera la Soberanía de Dios
sobre las naciones del mundo a través de la historia y la siguiente, refleja la
Soberanía de Dios en la salvación. El
atributo de la soberanía de Dios, pone en problemas a mucha gente y a muchos
cristianos. Pero la soberanía de Dios es
crucial porque se enseña en la Biblia y porque es la base para una vida en
Dios. Debemos leer la Palabra de Dios y
oír al Espíritu de Dios, para que nos enseñen lo que necesitamos saber acerca
de la soberanía de Dios.
Mientras buscaba en las Escrituras una definición
concisa de la soberanía divina, me sorprendí al aprender que la definición no
se encontraba en el Nuevo Testamento, ni en la pluma del apóstol Pablo, ni la
teníamos en Moisés en su Ley y tampoco en alguno de esos grandes profetas como
Isaías o Jeremías. La definición más
clara de la soberanía de Dios, viene de los labios de Nabucodonosor, el rey de
Babilonia. Allí no encontramos un
reconocimiento de la soberanía de Dios expresado de malas ganas, sino una
expresión de adoración y alabanza:
“Más al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis
ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y
glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por
todas las edades. Todos los habitantes
de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el
ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su
mano y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel
4:34-35).
Este reconocimiento de la soberanía de Dios, está
hecho por un hombre que sabe más de la soberanía humana que cualquier
americano. Entre los reyes de la
historia, este rey es “el rey de reyes” (Daniel 2:37). Él es la “cabeza de oro” (Daniel 2:38). Al comparar el resto de los imperios del
mundo con este reino, los primeros son descritos como ‘inferiores’ (ver
2:39-43). Cuando Daniel le habló a
Beltsasar del reino de su padre, Nabucodonosor, describió la extensión de sus
dominios:
“El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu
padre el reino y la grandeza, la gloria y la majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los
pueblos, naciones y lenguas temblaban y temían delante de él. A quien quería mataba, y a quien quería daba
vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba” (Daniel 5:18-19).
En nuestro mundo, no tenemos un líder político que
ni siquiera se aproxime a la clase de soberanía humana que vemos en
Nabucodonosor. El oficio de Presidente
de los Estados Unidos, es una posición de gran poder; pero no es un ejemplo de
soberanía. El ex Presidente Richard
Nixon, no se vio libre para conducir al país como él quería. Su rol en la conspiración Watergate, le costó
su estadía en la Casa Blanca. Los
presidentes pueden ser criticados (y removidos de su cargo), por conductas
sexuales o morales inadecuadas.
Ciertamente, no están en condición de cobrar todas sus cuentas, crear
cualquier programa que deseen o señalar algún subalterno que les place.
Nabucodonosor fue un hombre de un gran poder
militar y político. Gobernó la nación
(Babilonia) con muñeca de hierro y Babilonia dominó todos los poderes del mundo
de aquellos días. Era el comandante que
derrotó y destruyó Jerusalén y quien llevó cautivos a Babilonia, a la mayoría
de los judíos. El pueblo de Judá
parecía insignificante e impotente frente a este gran hombre, Nabucodonosor y
en realidad lo eran. Pero el Dios de los
judíos es el Único Dios verdadero y grande.
Dios quiso demostrar Su soberanía en la historia y sobre todas las
naciones de la tierra, trayendo a un sumiso Nabucodonosor a arrodillarse frente
a Él y adorarle.
Esta lección estará enfocada en Daniel 2-4; tres
Capítulos que describen los tres eventos que llevaron a Nabucodonosor a
arrodillarse con sumisión ante el Dios de los judíos. Veremos de estos tres eventos, cómo Dios
demostró Su soberanía sobre las naciones de la tierra y también veremos cómo
Dios es soberano en la historia.
Daniel 2: El Sueño de Nabucodonosor y una Revelación
Divina
Como resultado de la persistente rebelión de Israel
en contra de Dios y su fracaso en seguir las advertencias de los profetas, Dios
levanta a Babilonia para derrotar y destruir a Jerusalén a través de una serie
de campañas militares:
“De ocho años era Joaquín cuando comenzó a reinar,
y reinó tres meses y diez días en Jerusalén; e hizo lo malo ante los ojos de
Jehová. A la vuelta del año el rey
Nabucodonosor envió y lo hizo llevar a Babilonia, juntamente con los objetos
preciosos de la casa de Jehová, y constituyó a Sedequías su hermano por rey
sobre Judá y Jerusalén. De veintiún años
era Sedequías cuando comenzó a reinar, y once años reinó en Jerusalén. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová su
Dios, y no se humilló delante del profeta Jeremías, que le hablaba de parte de
Jehová. Se rebeló asimismo contra
Nabucodonosor, al cual había jurado por Dios; y endureció su cerviz, y obstinó
su corazón para no volverse a Jehová el Dios de Israel. También todos los principales sacerdotes, y
el pueblo, aumentaron la iniquidad, siguiendo todas las abominaciones de las
naciones, y contaminando la casa de Jehová, la cual él había santificado en
Jerusalén. Y Jehová el Dios de sus
padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque
él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros
de Dios, y menospreciaban sus palabras, hasta que subió la ira de Jehová contra
su pueblo, y no hubo ya remedio. Por lo
cual trajo contra ellos al rey de los caldeos, que mató a espada a sus jóvenes
en la casa de su santuario, sin perdonar joven ni doncella, anciano ni
decrépito; todos los entregó en sus manos.
Asimismo todos los utensilios de la casa de Dios, grandes y chicos, los
tesoros de la casa de Jehová, y los tesoros de la casa del rey y de sus
príncipes, todo lo llevó a Babilonia. Y
quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de Jerusalén, y consumieron a
fuego todos sus palacios, y destruyeron todos sus objetos deseables. Los que escaparon de la espada fueron llevados
cautivos a Babilonia, y fueron siervos de él y de sus hijos, hasta que vino el
reino de los persas; para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de
Jeremías, hasta que la tierra hubo gozado de reposo; porque todo el tiempo de
su asolamiento reposó, hasta que los setenta años fueron cumplidos” (2 Crónicas 36:9-21; ver también Jeremías
25:1-14; 29:15-20).
En uno de los primeros ataques sobre Jerusalén,
Daniel fue llevado cautivo (Daniel 1:1-7),
Daniel y sus tres amigos reconocieron que su cautiverio fue el juicio de
Dios a la nación, por su pecado y sabían que después de 70 años, Dios
restauraría nuevamente al pueblo a su tierra (ver Daniel 9:1-2). Se comprometieron a mantenerse puros de la
idolatría de Babilonia y no se alimentaron de las provisiones normales de
comida para los cautivos (Daniel 1:8-16).
Así fue que estos cuatro jóvenes se distinguieron de los demás por su
sabiduría y Daniel también era capaz de interpretar sueños y visiones
(1:17-21).
Una noche, Nabucodonosor tuvo un sueño que no comprendió
y que le provocó mucha desazón. Cuando
convocó a los hombres sabios de la tierra, deseaba tener la certeza que la
interpretación que le dieran fuera genuina, por lo que lo primero que hizo fue
que ellos le contaran el sueño y después que le dieran su interpretación. La respuesta de sus sabios, es importante:
“Los caldeos respondieron delante del rey, y
dijeron: No hay hombre sobre la tierra que pueda declarar el asunto del rey;
además de esto, ningún rey, príncipe ni señor preguntó cosa semejante a ningún
mago ni astrólogo ni caldeo. Porque el
asunto que el rey demanda es difícil, y no hay quien lo pueda declarar al rey,
salvo los dioses cuya morada no es con la carne. Por esto el rey con ira con gran enojo mandó
que matasen a todos los sabios de Babilonia.
Y se publicó un edicto de que los sabios fueran llevados a la muerte; y
buscaron a Daniel y a sus compañeros para matarlos” (Daniel 2:10-13; énfasis del autor).
¡Cómo le gusta a Dios revelar Su soberanía en
contraste con las debilidades y las limitaciones del hombre! El rey desconocía el significado de su sueño
y los sabios de la tierra sabían que era humanamente imposible saber lo que el
rey había soñado. Les estaba solicitando
a hombres algo, que sólo ‘dioses’ podrían satisfacer. Eso era tarea para los ‘dioses’. El rey estaba llevando su soberanía demasiado
lejos al pedir a hombres algo que sólo podían hacer los ‘dioses’. Pero Daniel era un siervo de Dios Más Alto,
el Dios soberano del universo. Su Dios
podía revelar el sueño y su significado.
Daniel fue puesto en una situación en la cual debía
actuar, pues todos los sabios estaban condenados a morir. En primer lugar, Daniel y sus tres amigos
comenzaron a orar para que Dios les revelara el sueño y su significado. Todo esto está directamente relacionado con
los versículos 17-21 del Capítulo 1.
Daniel alabó al Dios soberano y después le oró pidiéndole la revelación
del sueño:
“Entonces el secreto fue revelado a Daniel en
visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del Cielo. Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre
de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. Él muda los tiempos y las edades; quita
reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los
entendidos. Él revela lo profundo y lo
escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz. A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y
te alabo, porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que
te pedimos; pues nos has dado a conocer el asunto del rey” (Daniel 2:19-23).
El sueño no sólo fue producto de la sabiduría de
Daniel; fue revelado por Dios (2:28).
Entonces Daniel le revela el sueño a Nabucodonosor, junto con su
significado:
“Tú, oh re, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya
gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era
terrible. La cabeza de esta imagen era
de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de
bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de
barro cocido. Estabas mirando, hasta que
una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro
y de barro cocido, y los desmenuzó.
Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce,
la plata y el oro, y fueron como tambo de las eras del verano, y se los llevó
el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha
un gran monte que llenó toda la tierra.
Este es el sueño; también la interpretación de él diremos en presencia
del rey. Tú, oh rey, eres rey de reyes;
porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan hijos de hombres,
bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha
dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino
inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre
toda la tierra. Y el cuarto reino será
fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas,
desmenuzará y quebrantará todo. Y lo que
viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte
de hierro, será un reino dividido; más habrá en él algo dela fuerza del hierro,
así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de
hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte
frágil. Así como viste el hierro
mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se
unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en los días de estos reyes el Dios del
cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a
otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá
para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no
con mano, la cal desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el
oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo
que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su
interpretación. Entonces el rey
Nabucodonosor se postró sobre su rostro y se humilló ante Daniel, y mandó que
le ofreciesen presentes e incienso. El
rey habló a Daniel y le dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y
Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este
misterio” (Daniel 2:31-47; énfasis del
autor).
Las palabras del rey indican su reconocimiento que
el Dios de Daniel es un Dios soberano.
El ‘dios’ de Daniel no sólo es ‘Dios’, sino el “Dios de los
dioses”. Él es el Dios que es soberano
no sólo sobre los poderes celestiales, sino que también sobre los poderes
terrenales. Y también se refiere a Dios
como “el Señor de los reyes”.
Además, Nabucodonosor alaba al Dios de Daniel por
ser el “que revela los misterios”. El
Dios de Daniel le permitió conocer el sueño del rey y su interpretación. Pero se ve más involucrado por el tema del
sueño. Este, según lo revelado e
interpretado por Daniel, se trataba acerca del reino de Nabucodonosor y de
otros reinos que le seguirían. El suyo
era el más grande de estos reinos; pero era que sin embargo, no
continuaría. Otros reinos inferiores le
seguirían. Al final, se construiría un
reino eterno que de alguna forma, sería construido sobre las cenizas de todos
los anteriores. La “cabeza de oro” era
grande; pero “la piedra cortada no por mano” (2:34-35; 44-45) era mayor. El reino de Nabucodonosor era grande; pero el
reino del futuro era uno que “permanecería para siempre” (2:44).
Nabucodonosor reconoció que su reino era inferior
al reino eterno que se establecería más adelante y que él era inferior a
aquella “piedra” que establecería ese reino.
También tomó conciencia que el Dios que había revelado ese reino futuro,
era el Dios soberano de la historia.
Sólo ese Dios podía revelar futuros reyes y reinos, pues sólo un Dios
que controla la historia puede predecir esa historia con siglos de
anterioridad.
“He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo
anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias” (Isaías 42:9).
“Te lo dije ya hace tiempo; antes que sucediera te
lo advertí, para que no dijeras: Mi
ídolo lo hizo, mis imágenes de escultura y de fundición mandaron estas
cosas” (Isaías 48:5).
Al parecer, Nabucodonosor reconoció que sólo un
Dios que es soberano sobre la historia, puede predecir esa historia antes que
los hechos ocurran. Pero hay más todavía
de lo que debe aprender acerca de la soberanía divina.
Daniel 3: La Imagen de Nabucodonosor y los Tres Amigos de
Daniel
Al parecer, el hecho que Nabucodonosor fuera “la
cabeza de oro”, tal como se le reveló en el Capítulo 2, se le fue a la
cabeza. Al parecer el rey sólo se
preocupó de su grandeza y no de la grandeza de Dios y del reino que se
establecería sobre la tierra. Hizo una
imagen de oro y ordenó a todos que debían postrarse ante ella y adorarla
(2:1-6). Todos los que escuchaban la
señal de la música, se postraban adorando a la imagen, excepto aquellos judíos
fieles como los tres amigos de Daniel, quienes fueron acusados ante
Nabucodonosor (2:7-12). En un impulso de rabia, Nabucodonosor convocó
a los tres jóvenes y les dio una última
oportunidad para aplacar su ira (2:13-15).
Su declaración final, determina que se origine otra instancia para que
aprenda una nueva lección relacionada con la soberanía de Dios:
“Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad,
Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios ni adoráis la
estatua de oro que he levantado? Ahora,
pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del
tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de
música, os postréis u adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora
seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel
que os libre de mis manos? (Daniel
3:14-15; énfasis del autor).
Aparentemente, Nabucondonosor había olvidado que su
soberanía era relativa y que había sido divinamente concedida. Entre los
hombres, Nabucodonosor no tenía a nadie superior a él ni siquiera igual a
él. Como rey de Babilonia, su poder no
podía ser desafiado por nadie. Pero
cuando erigió la estatua dorada y ordenó a los hombres a dorarla, traspasó más
allá de los límites de autoridad que Dios les ha dado a los hombres. Si no estaba buscando la adoración de sí
mismo como un dios, ciertamente estaba obligando a los hombres de todas las
naciones a adorar a sus dioses. Al
parecer, estaba uniendo su grandeza y su poder con sus dioses. Al hacerlo, negaba al Único y verdadero Dios,
el Dios de Israel, el Dios a quien previamente había reconocido como el “Dios
de los dioses” y el “Señor de los reyes” (2:47), Mientras que los tres amigos de Daniel,
deseaban obedecer a Nabucodonosor como el rey a quien Dios les había puesto
como autoridad, no estaban dispuestos a adorar a sus dioses o a él como
dios. Debían obedecer al Único Dios
verdadero, incluso si ello significaba desobedecer a un rey tan poderoso como
Nabucodonosor.
“Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor,
diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede
librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a
tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:16-18; énfasis del autor).
La respuesta de Sadrac, Mesac y Abed-nego a
Nabucodonosor es instructivo concerniente a la soberanía de Dios y a la
sumisión. Cuando deciden desobedecerle a
este rey, lo hacen como un acto de sumisión a Aquel que tiene la soberanía
absoluta, el Dios de Israel. E incluso
cuando deben “obedecer a Dios y no al hombre” (ver Hechos 5:29), se dirigen al
rey con el debido respeto. Su respuesta
a Nabucodonosor, revela la profundidad de la comprensión que tenían de la
soberanía de su Dios. Sus palabras
expresan la confianza que tenían en la soberanía absoluta de Dios. Él es capaz de hacer todo lo que desee. Él no considera las órdenes de los hombres;
hace según le plazca:
“Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso
ha hecho” (Salmo 115:3)
“Porque yo sé que Jehová es grande, y el Señor
nuestro, mayor que todos los dioses.
Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los
mares y en todos los abismos” (Salmo
135:5-6)
Debido a que la soberanía de Dios es capaz de hacer
lo que le plazca, estos tres siervos de Dios no dicen lo que Él hará. Esto es un asunto de Su voluntad. Él hará con ellos lo que le plazca. Están convencidos que Él puede liberarlos y
lo hará. Los liberará de la mano de
Nabucodonosor; pero esta liberación puede ser de distintas maneras. Los puede liberar de ser echados en el horno. Los puede liberar de adentro del horno (y lo
hace). O los puede liberar a través de
la muerte, resucitándoles en el día postrer.
Cómo lo hará, ellos no lo saben.
Su liberación está dentro del propósito soberano de Dios y ellos no
hacen esfuerzo alguno por decir qué método empleará Dios. Eso es asunto de Dios, pues Él es soberano.
Nabucodonosor se encolerizó con la respuesta de
estos tres hombres que se atrevieron a desafiar su decreto ‘soberano’. Ordenó a sus siervos a calentar el horno
siete veces más que lo habitual y arrojar en él a los tres hombres (3:19-20). El fuego era tan intenso que los siervos del
rey que estaban a cargo, murieron a causa del calor. Una vez que los tres hombres estuvieron
dentro del horno, lo que el rey vio cuando miró adentro, lo asombró
completamente:
“Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se
levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones
atados dentro del fuego? Ellos
respondieron al rey: Es verdad, oh rey.
Y él dijo: He aquí yo ve cuatro varones sueltos, que se pasean en medio
del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo
de los dioses” (Daniel 3:24-25)
¿Ordenaría Nabucodonosor a estos hebreos inclinarse
ante su imagen dorada y adorar a sus dioses?
La cuarta persona en el horno junto a los tres hombres arrojados a él,
¡apareció como uno de los dioses!
Obviamente, el ‘Dios’ de estos tres hombres, era más grande que los
dioses de Nabucodonosor. ¿Qué “dios será
aquel que os libre de mis manos?”
(3:15). Su Dios, el Dios de los
judíos, los liberó.
Al ver la mano de Dios libertar a los tres hombres
que él había intentado intimidar con su poder, Nabucodonosor ordenó que los
sacaran del horno. Cuando salieron de
allí, observó que no estaban heridos ni afectados en absoluto por el fuego. El intenso calor y las llamas que aniquilaron
a los siervos del rey (3:22), ni siquiera quemaron un cabello de estos tres
hebreos. Ni siquiera tenían olor a
humo. Ahora, Nabucodonosor habla del
“dios” de los hebreos (ver versículo 15), como “el Más Grande” y como “el Señor
de los reyes” (2:47).
“Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac,
Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en
él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que
servir y adorar a otro dios que su Dios.
Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere
blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su
casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como
éste” (Daniel 3:28-29)
Daniel 4: De caviar a hierba
El Capítulo 4 de Daniel, es el evento de la
coronación final en el trato de Dios con Nabucodonosor, el rey de
Babilonia. Observarán que este Capítulo
es narrado en parte por el mismo rey Nabucodonosor (ver versículos 1-18). Él confiesa su arrogancia y orgullo y su
humillación por la soberana mano de Dios.
El Capítulo comienza con la alabanza de Nabucodonosor al Dios soberano
de Israel:
“Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y
lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y
milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo.
¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de
generación en generación” (Daniel 4:1-3)
La ‘caída’ de Nabucodonosor toma lugar después que
fue advertido de su humillación por Dios en un sueño que lo espantó (4:5). Todos los sabios de Babilonia fueron
incapaces de interpretar el sueño, incluso después de habérseles relatado
(4:7). Cuando Daniel fue llevado delante
del rey, Nabucodonosor describió su visión:
“Estas fueron las visiones de mi cabeza mientras
estaba en mi cama: Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, cuya altura
era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el
cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante,
y había en él alimento para todos.
Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas
hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras
estaba en mi cama, que he aquí un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía así: Derribad
el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto;
váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus amas. Más la cepa de sus raíces dejaréis en la
tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; sea mojado
con el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la
tierra. Su corazón de hombre sea
cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los vigilantes,
y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el
Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y
constituye sobre él al más bajo delos hombres.
Yo el rey Nabucodonosor he visto este sueño. Tú, pues, Beltsasar, dirás la interpretación
de él, porque todos los sabios de mi reino no han podido mostrarme su
interpretación; más tú puedes, porque mora en ti el espíritu de los dioses
santos” (Daniel 4:10:18).
Cuando Daniel oyó el sueño que el rey había tenido,
se sintió muy preocupado también, pues reconoció que su visión era una
advertencia al rey de sobre una sentencia humillante que Dios haría sobre él en
el futuro. Está claro que Daniel era
sumiso con el rey y desea lo mejor para él.
No se deleita en lo malo que le pueda suceder. Nabucodonor anima a Daniel a hablar libremente
acerca del significado de esta visión.
Entonces, Daniel procede a informarle al rey acerca del sueño. El gran árbol que vio el rey, le representaba a él, el gran rey de
Babilonia. Su tamaño y fuerza y las
criaturas que le sustentaban, todas ellas simbolizaban el poder y la majestad
de su reino. Estas imágenes hablaban de
la ‘soberanía’ sobre la tierra:
“...tú mismo eres, oh rey, que creciste y te
hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y ha llegado hasta el cielo, y tu
dominio hasta los confines de la tierra”
(Daniel 4:22).
Fue evidente para el rey después que Daniel le
alarmó sobre este sueño, que había en él un mensaje de advertencia, la amenaza
de una caída dramática:
“Y en cuanto a lo que vio el rey, un vigilante y
santo que descendía del cielo y decía:
Cortad el árbol y destruidlo; más la cepa de sus raíces dejaréis en la
tierra, con atadura de hierro y de bronce en la hierba del campo; y sea mojado
con el rocío del cielo, y con las bestias del campo sea su parte, hasta que
pasen sobre él siete tiempos; esta es la interpretación, oh rey, y la sentencia
del Altísimo, que ha venido sobre mi señor el rey: Que te echarán de entre los hombres, y con
las bestias del campo será tu morada y con hierba del campo te apacentarán como
a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán
sobre ti...” (Daniel 4:23-25).
De la misma manera como la posición de grandeza del
rey le fue dada por Dios, también se le quitaría y de este modo el rey sería
humillado durante siete años. La
majestad y el esplendor que alguna vez fue el gozo del rey, serían ahora
cambiados por la humillación de tener la apariencia y conducta de una
bestia. Todo esto tendría que haber sido
para el bien del rey, para enseñarle la humildad. Debía aprender que la soberanía humana es
otorgada a los hombres por medio de la soberanía divina:
“...hasta que conozcas que el Altísimo tiene
dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (Daniel 25b).
Cualquiera fuera el tipo de soberanía que tuviera
el rey de Babilonia, era una soberanía limitada y delegada. La posición y el poder del rey no se debía a
su grandeza, sino que más bien a la grandeza de Dios quien le dio su posición
de poder.
En esta palabra de advertencia, también había un
mensaje doble de esperanza. Primero, al
rey se le dijo cómo podía evitar el destino sobre el cual se le advertía en el
sueño:
“Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados
redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los
oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (Daniel 4:27).
La instrucción es apenas diferente de aquella que
dieron a la nación de Israel, los profetas Amós y Miqueas:
“Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me
complaceré en vuestras asambleas. Y si
me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni
miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues
no escucharé las salmodias de tus instrumentos.
Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso
arroyo” (Amós 5:21-24).
“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y
qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y
humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8).
A la nación de Israel se le prometió que sería
soberana por sobre las naciones del mundo (Génesis 18:17-19; 22:17-24; 24:60;
27:29; Deuteronomio 15:6; 28:7-14; ver también Isaías 66). A Nabucodonosor se le dio poder (también a
Israel) de manera que pudiera liberar a los oprimidos y cuidar a los más
necesitados. En su vanidad y orgullo,
Nabucodonosor se fue por el camino del mundo, usando su poder para oprimir a
los más débiles, más que ayudarlos. Si
se hubiera arrepentido de su orgullo y hubiera usado el poder dado por Dios,
tal como él le advirtió, entonces no habría necesidad de humillarse, que era
una advertencia del sueño. Si se
hubiera arrepentido y hubiera regido correctamente, hubiera evitado que Dios lo
castigara.
Hay un segundo mensaje de esperanza. Aún si Nabucodonosor ignorara esta advertencia
e incluso si se humillara al convertirse en una bestia, esto era sólo temporal
—por siete años. Esta humillación
produciría el fruto del arrepentimiento y por lo tanto, se restauraría la
soberanía que el rey tuvo antes. A
Nabucodonosor se le ofreció la esperanza de la restauración si se arrepentía
—en ese momento de la advertencia o después de haberse humillado.
Podemos deducir de la propia confesión de
Nabucodonosor, que no prestó oído a la advertencia que Dios le dio por medio
del sueño y de la interpretación de Daniel.
Un año más tarde, neciamente se envaneció de su soberanía como si fuera
él el responsable de su éxito. Como resultado,
el sueño se hizo realidad:
“Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real
de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo
edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi
majestad? Aún estaba la palabra en la
boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey
Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te
arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes
te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el
Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él
quiere. En la misma hora se cumplió la
palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba
como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su
pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves” (Daniel 4:29-33).
No conozco humillación más grande que la que tuvo
que pasar este gran rey ni hombre alguno que haya tenido que pasar por algo
parecido. Algunos todavía intentan
encontrar una instancia en la historia en la que haya ocurrido algo igual, como
si el encontrar una situación similar nos asegurase de la verdad de la
descripción bíblica. (¡También tratan de
encontrar a un hombre que fuera tragado por un pez grande!) Me inclino a pensar que este ha sido un
fenómeno único, de un solo tiempo, que señala la intervención de Dios en la
historia humana. Es difícil comprender
la dolencia exacta, porque la descripción de Nabucodonosor, es narrada en términos
que hablan de su apariencia y no de la enfermedad que tenía realmente. No se trata que le crecieran plumas, sino que
su cabello había crecido tanto y tan desordenado que aparentemente parecía que
tenía en vez de cabello, un frondoso plumaje.
Sus uñas no eran garras de ave, sino que estaban tan largas que parecían
garras. Y encima de todo esto, el rey
comía pasto, igual que el ganado y obviamente estaba con su mente perturbada.
Cualquiera haya sido la dolencia del rey, cumple
con el propósito divino en el marco de tiempo exacto que se había señalado
—siete años. El rey dirigió su vista
hacia el cielo y su sanidad fue restaurada.
Inmediatamente alabó al Dios Altísimo.
Confesó que sólo Él era el soberano y que Él hace lo que desea hacer, de
manera que nadie debería atreverse a desafiar Sus obras (versículos 34-35).
Conclusión
Hemos estado considerando la soberanía de Dios
según se enseña en los Capítulos 2-4 del Libro de Daniel. La soberanía de Dios fue una verdad que los
judíos desobedientes en Babilonia necesitaban comprender y también es una
verdad que se necesita comprender desesperadamente en nuestros días. Consideremos cómo la soberanía de Dios
relacionada con los judíos en el cautiverio en Babilonia y más tarde, cómo la
soberanía de Dios es aplicada a nosotros en el día de hoy.
Dios es soberano sobre los gobiernos
seculares. A través de la historia de
Israel, Dios usó a las naciones paganas para cumplir Sus propósitos. Dios usó a Egipto para preservar y proliferar
a la nación de Israel durante 400 años antes que poseyeran la tierra
prometida. Dios usó el endurecido
corazón de Faraón para desplegar Su grandeza y poder. Usó a las naciones vecinas para castigar a
Israel cuando la nación cayó en pecado y en desobediencia. Usó a las naciones de Asiria y Babilonia para
conducir a los judíos al cautiverio.
Incluso Nabucodonor fue llamado “el siervo” de Dios (Jeremías 25:9;
27:6; 43:10). El saqueo de Judá y de
Jerusalén, no fue por casualidad; no fue sólo el destino. Fue la obra adicional del plan y propósito
del Dios soberano de Israel para lograr Sus propósitos, para cumplir con Sus
promesas y profecías.
La soberanía de Dios fue importante para los
judíos, como lo es para nosotros, porque es la base de nuestra seguridad que
las profecías de Dios con respecto a Su futuro reino serán cumplidas. La visión que Dios le dio a Nabucodonosor en
el Capítulo 2, fue de la venida del reino eterno en el cual Cristo, “la piedra
cortada sin manos”, sería establecido.
Debería ser establecido aboliendo los actuales reinos de los
hombres. Sólo un Dios soberano es el
tema principal de Daniel. Este es un
libro de historia y profecía. La
soberanía de Dios es demostrada en las porciones históricas. En las porciones proféticas, la soberanía de
Dios no es sólo demostrada, sino que es asumida. El Dios que se ha mostrado a Sí mismo
soberano sobre las naciones, es el Dios que promete establecer Su reino sobre
todas las naciones.
Aquí tenemos una lección que debemos aprender y
recordar constantemente en nuestro siglo veinte. Vivimos días de caos y de cambios. La Unión Soviética, se ha disuelto frente a
nuestros ojos. La Muralla de Berlín ha
sido demolida. Las naciones se
encuentran en diferentes guerras civiles y miles de vidas inocentes están
siendo sacrificadas en el lugar al que miremos, aparentemente sin ayuda
alguna. Los cristianos se estremecen
cuando un demócrata es elegido para asumir el más alto de los cargos de la
tierra. Es como si no se creyera en la
soberanía de Dios.
Nuestro problema no es nuevo. El problema es asumir que Dios no tiene el poder
suficiente para trabajar en Su plan y propósitos donde el poder está en manos
de los paganos. Este fue el error de
Abraham que lo indujo a mentir acerca de la identidad de su esposa, haciéndola
pasar por su hermana:
“Dijo también Abimelec a Abraham: ¿Qué pensabas,
para que hicieses esto? Y Abraham
respondió: Porque dije para mí: Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar,
y me matarán por causa de mi mujer. Y a
la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y
la tomé por mujer” (Génesis 20:10-12;
énfasis del autor).
Dios no sólo usó a Nabucodonosor para castigar a Su
pueblo. Prácticamente Él hizo que este
rey pagano se arrodillara frente a Él.
Dios ‘sometió’ a este rey a Sí mismo.
Dios lo llevó a la fe. Esta nación
de Israel debía ser “luz para los gentiles”.
Debían proclamar el evangelio de Jesucristo a los gentiles, pues la
salvación concedida por Dios, no era sólo para los judíos. Se rehusaron a hacerlo, por lo que Dios
originó la evangelización de los gentiles a través de los incrédulos y de la
rebelión de los judíos. El pecado de la
nación les llevó a ser subyugados y cautivados en Babilonia. Allí, santos de Dios como Daniel, fueron
testigos del Dios de Israel e incluso este rey soberano llegó a doblegar sus
rodillas delante de Dios, alabándole y adorándole. Dios no es soberano solamente entre Su pueblo
y en la tierra de Canaán, ¡sino que en toda la tierra y asimismo en el cielo!
Esto debe significar que Dios es soberano en las
decisiones del Presidente de los Estados Unidos, sobre las leyes aceptadas por
el Congreso e incluso sobre las decisiones tomadas por la Corte Suprema. Dios es soberano incluso sobre el Servicio de
Impuestos Internos. Dios es soberano
sobre reyes y reinos. Si esto es verdad,
entonces debemos creer que cada rey, cada persona en posición de tener poder
político, está allí por designación divina (ver Romanos 13:1-2). Esto significa que a todas nuestras
autoridades les debemos nuestro respeto, nuestra obediencia y nuestros
impuestos, a no ser que en forma específica alguna de estas instancias nos
insten a desobedecer a Dios (Romanos 13:1-7).
Esto significa que las leyes, decisiones y decretos que formulan
—incluso aquellas que castigan o persiguen a los santos— tienen un propósito divino. Es posible que sea necesario desobedecer a
nuestros gobernantes, como sucedió con Daniel y sus tres amigos; pero sólo en
caso que al obedecer a los gobernantes signifique desobedecer a Dios. En el caos y maldad de nuestros días, no
perdamos de vista el hecho que Dios es soberano en la historia y soberano
incluso sobre los poderes paganos.
La soberanía de Dios es una verdad que no se
aprende rápida o fácilmente. La
soberanía de Dios está claramente revelada en las Escrituras; pero con
frecuencia es necesario pasar por una secuencia de circunstancias adversas
antes que se haga parte de nuestro pensamiento y de nuestra conducta. En estos tres Capítulos (2-4) de Daniel, Dios
convence a Nabucodonosor progresivamente de Su soberanía. Nabucodonosor profesó creer en la soberanía
de Dios en el Capítulo 2, después que su sueño fue revelado e interpretado por
Daniel. Pero en el Capítulo 3, vemos que
el rey intenta obligar a quienes están bajo su autoridad a adorar un ídolo, una
afrenta al Dios soberano de Israel.
Cuando Dios libera a Sadrac, Mesac y a Abed-nego del horno ardiente,
nuevamente Nabucodonosor proclama que Dios es soberano. Pero en el Capítulo 4, vemos a este mismo rey
exaltándose a sí mismo lleno de orgullo y a Dios teniendo que humillarlo durante
siete años de enfermedad.
En el Capítulo 2, Nabucodonosor vio la relación de
la soberanía de Dios con la futura historia del mundo. En el Capítulo 3, se le mostró al rey la
relación entre la soberanía de Dios y su poder para decretar leyes y castigar a
los hombres. Ahora, en el Capítulo 4, el
rey Nabucodonosor comienza a ver cómo la soberanía de Dios está relacionada con
sus actitudes personales y con sus actos como rey de Babilonia. El rey comenzó a ver su posición y su poder
como una medida de grandeza personal.
Fue anulado con poder y orgullo.
Aparentemente, comenzó a abusar con su poder, tomando ventaja de los
débiles y de los vulnerables más que usar su poder para protegerles y proveerles
lo que necesitaban. Dios le enseñó a
Nabucodonosor que su posición y poder eran dados por Él y eran una
manifestación de Su grandeza —y no del hombre.
Realmente, Dios levanta “a los que Él quiere” y “constituye sobre Él al
más bajo de los hombres” (Daniel
4:17). El poder y la posición, son
privilegios otorgados por Dios; también son una mayordomía de los cuales no
debemos enorgullecernos, sino que usarlos para beneficio de los demás.
Hoy día, muchos desean ser líderes por razones
similares a las que tenía Nabucodonosor.
Desean gobernar. No desean servir
a los demás, sino ser servidos. No son
distintos a los discípulos durante el ministerio inicial de nuestro Señor. No son diferentes a muchos cristianos de hoy,
que buscan el liderazgo, no para servir sino para tener un status y ser
servidos. Aquellos que tienen cargos de
poder y prestigio, deben estar atentos con el orgullo, debiendo recordárseles
siempre que ese liderazgo es tanto concedido por Dios como una manifestación de
Su grandeza —no nuestros.
A menos que pensemos que el rey Nabucodonosor era
diferente a como somos nosotros, debemos considerar que en nuestros días, los
individuos buscan ser soberanos. Desean
ser autónomos e independientes, capitanes de sus propias almas, maestros de sí
mismos. Tal vez, en nuestros días más
que en cualquier otra época, prevalece el individualismo. Esta es la época del ‘yo’, como lo
anticiparon las Escrituras (2ª Timoteo 3:1, 2a). Un amigo me entregó un folleto para un
seminario que promete enseñar los diez pasos para el éxito. Cada uno de los pasos, está dominado por la
palabra ‘yo’. Nosotros, al igual que
Nabucodonosor y como su predecesor y el nuestro, Satanás, deseamos ser
‘dioses’. Deseamos destronar al Dios
Único y Verdadero y entronarnos a nosotros mismos. Permitamos que Nabucodonosor sea nuestro
profesor y humildemente doblemos nuestra rodilla ante Él —de quien, a través de
quien y para quien son todas las cosas:
“Porque de él, y por él, y para él, son todas las
cosas. A él sea la gloria por los
siglos. Amén” (Romanos 11:36).
Apéndice:
Textos Sobre la Soberanía de Dios en La BIBLIA
v Génesis
50:20
v Éxodo 18:11
v Deuteronomio
4:39
v 1 Samuel
2:1-10
v 2 Reyes
19:15
v 1 Crónicas
29:11-12
v 2 Crónicas
20:5-6
v Job 9:12;
12:13-25; 23:13; 33:12-13; 41:11; 42:2
v Salmos 2
(todo); 22:27-28; 37:23; 75:6-8; 76:10; 95:3-5; 103:19; 115:3*; 135:5-18 (5-6)
v Proverbios
16:1-5, 9, 33; 19:21; 20:24; 21:1
v Eclesiastés
3:14; 9:1
v Isaías
14:24-27; 40:12-15, 18, 22, 25; 44:6, 24-28; 45:5, 7, 9-13; 46:9-11
v Jeremías
18.6; 32:17-23, 27; 50:44
v
Lamentaciones 5:19
v Daniel 2:21,
37-38; 4:17, 32, 34-35; 5:18; 6:26; 7:27
v Mateo
11:25-26; 20:1-16
v Juan 19:11
v Hechos
2:22-24; 4:24-28; 17:26
v Romanos
8:28; 11:36; 14:11
v Efesios
1:11; 4:6
v Filipenses
2:9-11
v Colosenses 1:16-17
v 1ª Timoteo 6:15
v Hebreos 1:3
v Santiago
4:12
v Apocalipsis
1:5-6
________________________________________
[1] Richard L. Strauss, The Joy of Knowing God (Neptune,
New Jersey: Loizeaux Brothers, 1984), p.
118.
[2] Ibid., p. 114.
[3] A.W. Tozer, The Knowledge of the Holy (San
Francisco: Harper & Row, Publishers,
1961), p. 115.
[4] Ibid., p. 116.
[5] A.W. Pink, The Attributes of God (Swengel, Pa.: Reiner Publications, 1968), p. 27.
[6] Ibid., p. 25.
[7] Ibid., pp. 23, 24.
[8] Richard Strauss, The Joy of Knowing God, pp. 114-115.