martes, 29 de junio de 2021

Descanso en el Señor

 

Pensemos solo por un momento en el joven Moisés.  Aquel hombre impetuoso, lleno de ideales y  dispuesto a todo en nombre de la justicia.  Con un alto  espíritu de arraigo a su pueblo, pero con una gran  instrucción en la corte del faraón.  Quizá nada le faltaba  para ayudar a la independencia de su pueblo. Convencido tal vez de la ayuda del Señor, se abalanzó contra  un egipcio que golpeaba a uno de sus hermanos y lo  golpeó hasta matarlo, quizá así el pueblo respondería y lo seguiría en su empresa libertaria.  Tal no sucedió, sino que tuvo que huir para salvar su vida. Presuroso por hacer la voluntad de Dios, se olvidó de Dios, y quiso hacerlo en su tiempo y en sus fuerzas.  El resultado fueron 40 años en el desierto. Muchas veces, como Moisés, nos sentimos  desesperados, por una u otra circunstancia, sentimos que Dios tiene un plan pero que tal vez es necesario mover las cosas y empujar el tiempo para ayudar a Dios.  Y nos chocamos con el plan soberano y perfecto de Dios.  

Cuando de intentar ayudar a Dios se trata podemos preguntar a Uza.  Transportando el arca, cosa curiosa, unas vacas en lugar de los encargados de hacerlo, esta empieza a ceder hasta que amenaza con caerse.   Cómo tal va a suceder.  Uza extiende la mano e intenta ayudar.  El ayuda no está mal, sin embargo a quien pretende ayudar es a Dios.  Dios sabe lo que hace y sabe cómo lo hace, sin embargo, Uza desconfía de esto y extiende su mano para salvar el arca del fango. El resultado es que muere fulminado. ¿No nos sucede a nosotros también, muchas veces algo similar?  Preocupados, por el plan de Dios y su obrar en nosotros, vemos que en un momento dado parece que ese obrar soberano empieza a tambalear y queremos extender la mano y darle una ayudadita a Dios. ¿Por qué dudamos de su obra? ¿Por qué dudamos de su poder? ¿No son insondables los misterios de la obra de Dios? Entonces ¿Por qué pensamos que los vamos a entender? Y es más, le vamos a encontrar sus errores.

Abraham, el padre de la fe, también quiere ayudar a Dios.  Dios le ha prometido un hijo a través del cual tendrá una descendencia numerosa.  Sin embargo, su esposa ya es viejita y no puede tener hijos.  A lo mejor dándole una ayuda a Dios: la esclava de Sara! Ella es joven y según la costumbre de aquel tiempo la transacción era válida.  No le dijo Dios, el hijo te lo daré de Sara, no de Agar.  La historia de la salvación se transforma entonces en un contar las sucesivas ocasiones en que Dios quiere obra en los hombres y asimismo, las diversas maneras en que el hombre ha pretendido hacer las cosas a su manera, ha pretendido ayudarle a Dios.

Dios tiene un propósito para nuestras vidas y ahora mismo si estas pasando por dificultades o problemas, estas no son casualidades, no salen del plan de Dios. La mejor forma de sobrellevarlas no es dándole una ayuda a Dios sino preguntándole a él: ¿Por dónde Señor, por dónde voy?  Muchas veces el ayudar a  Dios es un querernos ayudar a nosotros mismos.  Como  Moisés que, antes de consultar con Dios quería llevar adelante la revolución, quería llevarse para sí la gloria.  Como Uza que quizá quería ser recordado  como el que rescató a Dios del fango, o como Abraham, que muy probablemente no vio como un sacrificio el  tomar por mujer a una esclava mucho más joven que su esposa. Todos, supuestamente, querían ayudar a Dios. El verdadero obrar en la soberanía del propósito  de Dios para nuestras vidas nace en el preguntar a Dios: ¿Qué quieres Tú que yo haga Señor? Pero algo más logramos con esta pregunta: Descanso, descanso en el Señor.  El gran propósito de Dios al crear al hombre fue el descanso.  Tal es así que primero crea todo el escenario para finalizar con el hombre, y el  primer día de vida del hombre es el día de descanso. 

El hombre, inmediatamente creado, entra en el reposo de Dios.  Sin embargo, por una u otra razón, el  hombre siempre ha buscado salir de allí y hacer las cosas a su manera y en sus fuerzas.  Cuando te sientes presionado por la decisión, por los problemas o por el dolor, Dios te recuerda que tú fuiste creado y creado para vivir en el descanso de Dios.  Reposa en Él, baja la guardia y dile a él: No puedo más.  Baja las armas y déjale entrar a sanar tu herido corazón.  Muchos piensan que Dios está bien cuando habita en medio de la alabanza de su pueblo porque así esta tan ocupado que no se puede preocupar por mi corazón.  No es así.  Más que en esa alabanza, él quiere habitar en tu dolor, sanar tu herido corazón devolverte la vida que del descansar en su amparo resulta.

Abraham y Lot, se encontraban ante un problema. Sus respectivos criados se peleaban entre sí debido a  que la tierra les quedaba corta.  Abraham comprende que deben decidir caminos separados.  No obstante, el  no está preocupado por acoger la mejor tierra. El reposa en el Señor.  Grandes valles y agua en abundancia escoge como porción, Lot.  El Señor es mi porción  por siempre, piensa Abraham.  No se intranquiliza por la aridez que le toco en suerte pues descansa en el Señor.

Una vez el hombre ha pecado, sale del reposo del Señor, sale del Edén.  Ahora el gran objetivo de Dios es que el hombre vuelva a habitar en su reposo. Ante este reposo no hay adversario que pueda, pues Dios mismo es su escudo, es su refugio.  Solo con Cristo, el hombre tiene la capacidad, nuevamente de entrar en el reposo de Dios. Sin embargo, muchas veces a pesar de que esta  Puerta está abierta, muchos prefieren no entrar, y otros entran pero viven como si nunca hubiesen entrado a  tal reposo.  Angustiados por las circunstancias, a  pesar de tener a Cristo a su lado, prefieren resolver sus problemas solos.  No te atreves aun a descansar en Dios.  No te atreves aun a dejar tus cargas en la cruz.  No quieres abandonar tu dolor a los pies  del maestro y así, siendo libre, vives como esclavo y habiendo gozo para ti vives entre dolor y tristeza.

Ahora Dios mismo te invita: Ven a mí y yo te haré descansar.  Esa carga tan pesada que apenas te  permite mover, aquella que tienes miedo lo que pueda  hacerte, esa es la que principalmente Dios quiere que le dejes. 

Deposítala en sus manos: Dile: No puedo más con  esto, me lastima y no sé como arreglarlo, pero tu has  dicho que en ti hay fuentes de agua viva y yo quiero que  me des esa agua, que refresques mi alma angustiada: ¡¡Dios, dame paz!!

 Anónimo