Pensemos
solo por un momento en el joven Moisés. Aquel hombre impetuoso, lleno de ideales
y dispuesto a todo en nombre de la
justicia. Con un alto espíritu de arraigo a su pueblo, pero con una
gran instrucción en la corte del
faraón. Quizá nada le faltaba para ayudar a la independencia de su pueblo.
Convencido tal vez de la ayuda del Señor, se abalanzó contra un egipcio que golpeaba a uno de sus hermanos
y lo golpeó hasta matarlo, quizá así el
pueblo respondería y lo seguiría en su empresa libertaria. Tal no sucedió, sino que tuvo que huir para
salvar su vida. Presuroso por hacer la voluntad de Dios, se olvidó de Dios, y
quiso hacerlo en su tiempo y en sus fuerzas.
El resultado fueron 40 años en el desierto. Muchas veces, como Moisés,
nos sentimos desesperados, por una u
otra circunstancia, sentimos que Dios tiene un plan pero que tal vez es
necesario mover las cosas y empujar el tiempo para ayudar a Dios. Y nos chocamos con el plan soberano y
perfecto de Dios.
Cuando
de intentar ayudar a Dios se trata podemos preguntar a Uza. Transportando el arca,
cosa curiosa, unas vacas en lugar de los encargados de hacerlo, esta empieza a
ceder hasta que amenaza con caerse.
Cómo tal va a suceder. Uza
extiende la mano e intenta ayudar. El
ayuda no está mal, sin embargo a quien pretende ayudar es a Dios. Dios sabe lo que hace y sabe cómo lo hace,
sin embargo, Uza desconfía de esto y extiende su mano para salvar el arca del
fango. El resultado es que muere fulminado. ¿No nos sucede a nosotros también,
muchas veces algo similar? Preocupados,
por el plan de Dios y su obrar en nosotros, vemos que en un momento dado parece
que ese obrar soberano empieza a tambalear y queremos extender la mano y darle
una ayudadita a Dios. ¿Por qué dudamos de su obra? ¿Por qué dudamos de su poder?
¿No son insondables los misterios de la obra de Dios? Entonces ¿Por qué
pensamos que los vamos a entender? Y es más, le vamos a encontrar sus
errores.
Abraham, el padre de la fe, también quiere
ayudar a Dios. Dios le ha prometido un
hijo a través del cual tendrá una descendencia numerosa. Sin embargo, su esposa ya es viejita y no
puede tener hijos. A lo mejor dándole
una ayuda a Dios: la esclava de Sara! Ella es joven y según la costumbre de
aquel tiempo la transacción era válida.
No le dijo Dios, el hijo te lo daré de Sara, no de Agar. La historia de la salvación se transforma
entonces en un contar las sucesivas ocasiones en que Dios quiere obra en los hombres
y asimismo, las diversas maneras en que el hombre ha pretendido hacer las cosas
a su manera, ha pretendido ayudarle a Dios.
Dios
tiene un propósito para nuestras vidas y ahora mismo si estas pasando por
dificultades o problemas, estas no son casualidades, no salen del plan de Dios.
La mejor forma de sobrellevarlas no es dándole una ayuda a Dios sino preguntándole
a él: ¿Por dónde Señor, por dónde voy?
Muchas veces el ayudar a Dios es
un querernos ayudar a nosotros mismos.
Como Moisés que, antes de
consultar con Dios quería llevar adelante la revolución, quería llevarse para
sí la gloria. Como Uza que quizá quería
ser recordado como el que rescató a Dios
del fango, o como Abraham, que muy probablemente no vio como un sacrificio el tomar por mujer a una esclava mucho más joven
que su esposa. Todos, supuestamente, querían ayudar a Dios. El verdadero obrar en
la soberanía del propósito de Dios para
nuestras vidas nace en el preguntar a Dios: ¿Qué quieres Tú que yo haga Señor? Pero
algo más logramos con esta pregunta: Descanso, descanso en el Señor. El gran propósito de Dios al crear al hombre
fue el descanso. Tal es así que primero
crea todo el escenario para finalizar con el hombre, y el primer día de vida del hombre es el día de
descanso.
El hombre, inmediatamente creado, entra en el
reposo de Dios. Sin embargo, por una u
otra razón, el hombre siempre ha buscado
salir de allí y hacer las cosas a su manera y en sus fuerzas. Cuando te sientes presionado por la decisión,
por los problemas o por el dolor, Dios te recuerda que tú fuiste creado y
creado para vivir en el descanso de Dios.
Reposa en Él, baja la guardia y dile a él: No puedo más. Baja las armas y déjale entrar a sanar tu herido
corazón. Muchos piensan que Dios está
bien cuando habita en medio de la alabanza de su pueblo porque así esta tan
ocupado que no se puede preocupar por mi corazón. No es así.
Más que en esa alabanza, él quiere habitar en tu dolor, sanar tu herido
corazón devolverte la vida que del descansar en su amparo resulta.
Abraham y Lot, se encontraban ante un problema. Sus respectivos
criados se peleaban entre sí debido a que
la tierra les quedaba corta. Abraham
comprende que deben decidir caminos separados.
No obstante, el no está preocupado
por acoger la mejor tierra. El reposa en el Señor. Grandes valles y agua en abundancia escoge
como porción, Lot. El Señor es mi
porción por siempre, piensa
Abraham. No se intranquiliza por la aridez
que le toco en suerte pues descansa en el Señor.
Una
vez el hombre ha pecado, sale del reposo del Señor, sale del Edén. Ahora el gran objetivo de Dios es que el
hombre vuelva a habitar en su reposo. Ante este reposo no hay adversario que
pueda, pues Dios mismo es su escudo, es su refugio. Solo con Cristo, el hombre tiene la
capacidad, nuevamente de entrar en el reposo de Dios. Sin embargo, muchas veces
a pesar de que esta Puerta está abierta,
muchos prefieren no entrar, y otros entran pero viven como si nunca hubiesen
entrado a tal reposo. Angustiados por las circunstancias, a pesar de tener a Cristo a su lado, prefieren
resolver sus problemas solos. No te
atreves aun a descansar en Dios. No te
atreves aun a dejar tus cargas en la cruz.
No quieres abandonar tu dolor a los pies
del maestro y así, siendo libre, vives como esclavo y habiendo gozo para
ti vives entre dolor y tristeza.
Ahora
Dios mismo te invita: Ven a mí y yo te haré descansar. Esa carga tan pesada que apenas te permite mover, aquella que tienes miedo lo
que pueda hacerte, esa es la que
principalmente Dios quiere que le dejes.
Deposítala
en sus manos: Dile: No puedo más con
esto, me lastima y no sé como arreglarlo, pero tu has dicho que en ti hay fuentes de agua viva y yo
quiero que me des esa agua, que
refresques mi alma angustiada: ¡¡Dios, dame paz!!
Anónimo